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FRAY ROMEO MUSARAGNO

"Conozco dos personas Santas: La madre Teresa y Fray Romeo", decian muchos chicos en los encuentros de catequesis. No era extraño, ante el ejemplo de compromiso y trabajo que dio en Olavarria el querido Fray Romeo a lo largo de toda su vida.

Fray Romeo Musaragno llegó a Olavarría en octubre de mil novecientos sesenta y siete para abandonarla sólo en agosto de mil novecientos noventa y ocho, después de una visita que duró más de treinta años. NAció en MAerne, quinto hijo de Mario Musaragno, conde-marqués casado con una descendiente de la primera reina de Hungría.

Recién nacido, el médico familiar dio a conocer un veredicto tajante: el bebé tenía una salud extremadamente frágil y no viviría más que unos pocos días. A pesar de ello, y a instancias de su tía Luisa, quien ya veía en él el destino de Fray, fue bautizado con fiesta. Doce años después, Romeo entró al convento franciscano. Muchas veces relató la dureza de esos años, con reglas rígidas y severas que pesaban mucho sobre su salud endeble pero no mellaban su alma.

El nueve de febrero de mil novecientos treinta y nueve, a los dieciséis años, Romeo Musaragno fue ordenado fraile. En Europa comenzaba la guerra. Poco después el joven religioso comenzaba seis terribles años como enfermero de la Cruz Roja. Muchas veces vio morir a los que estaban cerca, y en más de una ocasión salvó su vida de milagro. Una vez, viajando en tren desde Trieste a Fosalta, las balas pasaron muy cerca de su cuerpo. Fue el único sobreviviente del vagón ametrallado por un avión. Otra vez, aviones atacaron un camión en el que estaba fray Romeo. Cuando los aviones habían desaparecido, el fraile se encontró en una zanja a la vera del camino, ileso. Después, durante la posguerra fray Romeo
fue operado para extraerle dos tumores cancerígenos de la vejiga.

Fray soñó al médico o el médico soñó al Fray para decirle dónde había que operar. Hubo otras enfermedades. La fragilidad de la salud de Romeo Musaragno era tan obvia que nadie creyó que al ofrecerse
como voluntario lo aceptarían para ser enviado como misionero al Uruguay.

En mil novecientos cincuenta un barco depositó al fraile en tierra americana. Desde siempre el fraile tenía una concepción particular de sus obligaciones religiosas. Su único Norte era la caridad, dar de comer al hambriento y confortar al enfermo primero y recién después hablarle de Dios. En Uruguay cumplió su misión de la forma en que creía correcta. Recibió hasta un ofrecimiento de ser candidato a intendente de la ciudad de Las Piedras, en el departamento
de Canelones, a raíz de su labor por los pobres. Asombrado por la miseria de los más desprotegidos que había en América, el fraile multiplicó sus afanes para reunir comida, ropas y remedios que aliviaran las penurias de sus hermanos.

En mil novecientos sesenta y siete fue trasladado a Olavarría, por una suplencia de dos meses, para participar de la ampliación de la orden que se estaba dando aquí con pocos franciscanos para llevarla adelante. Se quedaría 30 años.


El templete de la virgen de la loma

Pocos días despues de llegar a la parroquia de Nuestra Señora de Monte Viggiano un compatriota suyo, Francisco Giacelli, llegó con una imagen de la Virgen y un frasco lleno de monedas con un papel en su interior. Giacelli contó que había hallado esa imagen cuando
iba a plantar ajos. Fray Contardo Miglioranza, el párroco de Monte Viggiano, le encargó al recién llegado Romeo que se ocupara del caso. El papel encerrado en el frasco decía simplemente "No me saquen de aquí. Hagan algo para cuando llueve que yo hago muchos
milagros". Así comenzó su primera tarea en esta ciudad. Pidió a la dueña de las tierras del hallazgo, un pequeño predio para levantar un templete a la Virgen. Recibió una negativa, pero en el lugar ya se hincaban algunos hombres para rezar. La historia de la Virgen se había extendido y muchos creían en un milagro.

Rápidamente se formó una comisión para trabajar en pro de construir el templete. Fray Romeo decidió pedirle a la dueña de las chacras ubicadas frente al lugar del hallazgo un lote. Cuando fue a verla, antes de que alcanzara a pronunciar su solicitud, la mujer le preguntó si era posible que la Virgencita quedara en sus terrenos. Conseguido el espacio físico, los trabajos se iniciaron, y luego de una ardua labor, en la que siempre ocurría un pequeño milagro cada vez que las dificultades parecían invencibles, el templete de la Virgen de la Loma quedó terminado.

Hoy está incorporado definitivamente al paisaje de Olavarría. Más de treinta años después, el ataúd que contiene los restos del fraile descansa a pocos metros de esa Virgen que domina la ruta desde uno de sus costados. Bajo la sombra de los árboles y junto a pequeñas casitas de madera con que se quiso construir una ciudad para pájaros, cerca de las mesas y los bancos de picnic y de la capilla pequeña donde el fraile supo orar.


El club de los locos

Una de las imágenes más conocidas de Fray Romeo lo muestra con una gorra con hélice, su cabeza atravesada con un puñal de mentira, todo aquello que la imaginería popular asocia con los loquitos. Es que su tarea de ayuda parecía una locura, aunque la realizó sin poner en
discusión el orden social que los producía, su ayuda a los pobres fue arolladora, como su personalidad. Muchos recordamos sus pellizcones, sus palabras, su fortaleza. Era una especie de payaso que golpeaba y golpeaba los corazones y las puertas de toda la ciudad, durante treinta años pidiendo ayuda para dar de comer a los pobres. Su tarea arrastró amores y críticas.

Recorrió despachos oficiales para pedir por sus pobres, entonó canzonettas en oficinas antes de pasar la gorra pidiendo monedas -que eran panes para familias enteras- para la obra de Cáritas. Actuó el papel de payaso triste para ablandar corazones haciéndose el loco. Pero sus ojos siempre estaban tristes por haber visto todo el dolor del mundo. Tan loco estaba para la ciudad por ayudar a los pobres que inventó la "fiesta de los locos".

En mil novecientos ochenta estuvieron a punto de trasladarlo lejos de Olavarría. Miles de firmas lo evitaron. Porque además de procurar comida, ropas y remedios para los pobres, consoló y alimentó a quienes iban a dar con sus huesos a la comisaría. Les preparaba la
comida y daba de comer incluso a aquellos que lo habían asaltado. El no preguntaba si eran culpables o inocentes. No importaba. Eran hermanos en desgracia y si esa desgracia era obra de ellos o de otros no le importaba.

Una de las críticas más fuertes que recibió fue nunca preguntar de dónde venía la ayuda que recibia, mientras sirviera a los pobres. Auxiliaba tanto a los de siempre como a los nuevos, que le acercaban presurosas las sucesivas crisis económicas. El problema con los nuevos carenciados era que además de vencer su orgullo de clase, había que enseñarles, darles la bienvenida a su nueva condición de pobres.


El ultimo viaje

Muchos años después de abandonar su tierra, Fray Romeo volvió a su Maerne natal.
Pensaba quedarse bastante pero un nuevo problema con su salud lo recluyó en una cama de hospital a sólo cuatro días de su llegada. Su hermana Leonilde Mussaragno, Ninetta para ellos, lo esperaba con toda la esperanza de verlo por última vez. Sufrió su décimo novena
intervención quirúrgica, y el diagnóstico le deparó sólo unos pocos meses de vida. Pero quiso pasarlos en Olavarría, pues según dijo, era aquí donde estaba su familia.

Fray Romeo falleció el 19 de agosto de 1998, luego de luchar furiosamente contra la enfermedad, junto con todo un pueblo que oraba por un restablecimiento que no se produjo.
Murió al mediodía. A las doce y veinte su corazón se detuvo definitivamente en una habitación de la clínica María Auxiliadora. A las siete había pronunciado sus últimas palabras: "Que se cumpla en mí la voluntad de Dios". Cerró los ojos, entró en coma y no volvió a despertarse. Tenía setenta y seis años cuando se fue definitivamente. Su partida era prevista desde hacía varios días, pero los últimos jirones de su voluntad de vivir lo mantenían tozudamente aferrado a la tierra, en la que tantos pobres lo necesitaban.

A su velatorio llegaron hombres, mujeres y familias enteras para dar su último adios a un hombre que ya ocupa para los olavarrienses una categoría inolvidable. En la despedida se vieron entremezclados todos los sectores sociales de Olavarría. Pobres que llegaban en
viejas bicicletas junto a quienes en su convicción religiosa rezaban por aquel que supo vivir como predicaba.

La Municipalidad declaró estado de duelo en todo el Partido de Olavarría a raíz del fallecimiento del Fray Romeo Vittorio Musaragno.
Se efectuaron diez misas concelebradas por sacerdotes de las distintas parroquias y entre ellas una presidida por el obispo diocesano Monseñor Emilio Bianchi Di Cárcano con frailes llegados desde puntos remotos, inclusive desde Chile y Uruguay.

A media tarde, celebró el oficio el sacerdote Luis Bove, párroco de Barrio Ceco con la presencia masiva de su comunidad. Durante casi todos los últimos días de vida de Musaragno, Luis Bove celebró misa para él a las siete de la mañana en compañía de la religiosa Ana Isabel, del Centro Misionero Padre Kolbe. Al finalizar la misa todos los
sacerdotes y franciscanos fueron frente al féretro para darle la última bendición, en el marco de una guardia de honor brindada por suboficiales del Ejército. Luego autoridades civiles y militares, religiosos de nuestro medio y de otros puntos que llegaron a Olavarría, y la gran cantidad de gente que se reunió pese a ser un día laborable, abandonaron el colmado templo y al salir, un aplauso espontáneo testimonió el sentimiento por el fraile. En procesión
por la calle Ayacucho el cortejo partió hacia el cementerio municipal.

A su paso por el Colegio San Antonio se reunió también mucha gente y un cordón humano, en ambas veredas, formado por alumos secundarios y primarios recibió el féretro con un cálido y prolongado
aplauso. También fueron muchos los que aguardaron en el cementerio, especialmente el equipo de trabajo de Cáritas Monte Viggiano, quienes estuvieron codo a codo con el fraile en la dura tarea de todos los días.

Al ingresar al cementerio, se rezó sobre el veredón, y después el féretro fue llevado hasta la bóveda de la familia Boucíguez, donde permaneció hasta su definitivo traslado a la Virgen de la Loma, el santuario que fue la forma que enccontró Fray Romeo para testimoniar su fe y su amor por la Virgen María. De ese modo se cerró la historia del franciscano italiano que se instaló hace tantos años, y a puro amor hizo una obra de gigante. Cumplió con su mandato de cristiano, de franciscano y ser humano. Y se instaló en la historia olavarriense.


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